Entre las recortadas copas,
de los pinos,
destacaba,
una oscura silueta,
de afilados trazos,
rígidos,
desnudos.
Aquel tronco,
sin vida,
se erguía estático,
tenebroso,
y misterioso,
por encima,
de todos los árboles.
Su alma,
de carcomidas maderas,
de tiznadas cortezas,
pero profundas raíces,
férreamente arraigadas,
al corazón,
de la tierra,
seguía firme,
ante las inclemencias,
del paso del tiempo.
Ya no le quedaba,
el mas mínimo resquicio,
de vida.
Ya no exhalaba,
su aliento,
de oxígeno.
Pero aún conserva,
la impresionante belleza,
de su grandeza,
la majestuosidad,
de su presencia,
y esa gran soberanía,
que le hace destaca
sobresalir,
entre todos,
los demás.
Es un toque,
sin vida,
entre seres vivos,
un detalle,
que matiza,
la inteligencia,
la sutileza,
del equilibrio natural,
la veteranía,
de un ecosistema,
que sabiamente modela,
su supervivencia,
en el transcurrir,
de los años.
Es la Naturaleza Muerta,
que un día encontré,
en un relajado paseo,
por los bosques,
de la isla del Hierro.
Gonzalo Bautista, Septiembre de 2010