Hoy,
cuando apenas había despertado el día,
me vi volando,
por encima de las nubes.
Y aunque mi cuerpo
reposaba cómodamente
en una butaca,
mi mente flotaba
en el aire,
fuera del avión,
planeando plácidamente
a merced de los cálidos vientos,
que soplaban discretamente.
El alba
se abría camino,
conforme pasaban
los minutos.
Y la oscuridad de la noche
quedaba eclipsada
por el colorido
de unos bellos
rayos de sol
que asomaban
con fuerza
por la fina línea
del horizonte.
Nada mejor,
para comenzar el día,
que disfrutar
de esta bonita imagen
del amanecer.
Un amanecer,
en el Atlántico,
desde el aire,
a unos 3.000 metros
de altitud.