ADIOS, AMIGO MANOLO.

Fué en Octubre del 87, cuando por vez primera, coincidimos en nuestros andares del día a día.

Tu serio semblante, la responsabilidad que ponías por sacar adelante el trabajo, lo mejor posible, tu concentración al organizarlo todo, hasta el último detalle, sin que faltase de nada, y tus locuras pasajeras, por convertir una dura jornada de trabajo en una agradable jornada caracterizada por infinidad de bromas, y muchas carcajadas, fueron los pilares de la detallada instrucción que recibí durante todos los años que trabajé a tu lado bajo tus órdenes.

Primero, fuiste compañero, luego amigo, y te ganaste a pulso un lugar privilegiado dentro de mi corazón, donde siempre guardaré celosamente como un preciado tesoro ese trocito de tu vida que compartiste conmigo.

Te fuiste, silencioso, y pusiste fin al severo sufrimiento que padeciste con tu larga enfermedad, luchando cada día por seguir adelante y superar los devastadores efectos que invadían tu cuerpo lentamente.

Y es ahora,cuando puedo, cuando me atrevo, y cuando me siento capaz de rendirte este humilde homenaje a tu memoria.

Porque te lo debo, porque siempre me enseñaste lo mejor de tí, sin guardarte nada, porque juntos, nos burlábamos de las cosas más serias de nuestras vidas, porque siempre me mostrabas tu lado justo, porque con sabiduría me dabas soluciones a los problemas más complicados.

Y también, porque cada vez que discutíamos, acabábamos tomando alguna cosa en el bar, entre bromas y risas.

Y poco más puedo decir de tí, amigo mío.

Siempre habrá en mi caminar del día a día, algún matiz, algún detalle, alguna anécdota que te haga volver a mi recuerdo, y en especial, porque no deseo olvidarte, jamás.

Mi abrazo, para tí, será intenso, para toda la eternidad.

Hasta siempre, amigo mío.